Un señor caminaba por la calle cuando al doblar una esquina se encontró con Dios. No quiso dejar pasar la oportunidad para hacerle algunas preguntas, había tantas cosas para preguntarle. El hombre se decidió a preguntar cuál es la diferencia entre el cielo y el infierno.
Dios le respondió que el infierno es un salón muy lindo, muy bien decorado y con la vista de un paisaje hermoso a través de un lindo ventanal, hay una mesa larga en el medio llena de excelentes manjares y bebidas y gente alrededor de esa mesa todos sentados en cómodas sillas, solo que esa gente no tiene codos, por lo cual no pueden tomar ni un plato ni una bebida.
Con respecto al cielo, le dijo que es algo parecido, también es un lugar espectacular con una vista maravillosa, un salón con una mesa larga en el medio llena de manjares y excelentes bebidas y gente alrededor cómodamente sentada. -Ah- dice el hombre, la diferencia debe ser que esta gente si tiene codos. Quedó helado cuando Dios le respondió que tampoco tienen codos.
La diferencia, aclaró Dios, es que en el cielo aprendieron que si toma algo con una mano y se lo da al que está al lado y el de al lado a su vez se lo da al otro y así sucesivamente, en algún momento a él también le va a tocar comer y beber.
El mensaje que se rescata de este cuento es muy valioso para los argentinos. La constitución de los lazos de solidaridad no sólo es importante por una cuestión ética, sino hace a nuestra propia supervivencia. El individualismo y el egoísmo puede dar un beneficio momentáneo que a futuro se paga con creces. Si entendemos que estamos todos juntos en esto y afianzamos nuestra identidad como pueblo y nación seguramente empezará a funcionar un contrato social que nos una y fortalezca como país.
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